Cargados de razón no podemos perder esta batalla.
Por Manuel Bermúdez Vázquez (profesor de filosofía de la UCO).
La universidad española está en crisis. Esta situación no se da solo
porque toda la sociedad esté sufriendo la terrible crisis económica que
lleva azotándonos unos años, sino también porque de por sí la
universidad española está buscando una identidad en el marco europeo y
mundial. A esta situación se le suma que la mayor parte de la sociedad
vive tanto de espaldas a lo que ocurre en las aulas universitarias como
ajena a los problemas que la aquejan. Pero esto no es todo. La comunidad
universitaria tiene la obligación de desarrollar una labor pedagógica
para explicar al resto de la sociedad el papel tan importante que tiene
la universidad, los problemas que la afectan y su imbricación en el
panorama nacional actual.
Se supone que el actual gobierno
debería contribuir a la identificación y solución de las dificultades,
sin embargo, hemos de decir sin ambages que la más profunda
desorientación, confusión y desconcierto reina en las decisiones que el
actual ministro de educación, el señor José Ignacio Wert, está tomando.
El señor Wert, encabezando las iniciativas del gobierno, ha tomado las
peores decisiones para el futuro de la universidad española desde que se
instauró la democracia en nuestro país, que ya es decir. De un plumazo y
a golpe de decreto, el gobierno ha destrozado la autonomía
universitaria, ha errado en el rumbo a tomar para el ahorro
universitario, dificulta el acceso a las becas y amenaza con destruir el
futuro profesional de una prometedora generación de investigadores y
profesores jóvenes que son los que podían dar un valor añadido a nuestra
educación superior.
Todas las personas responsables de este
país somos conscientes de la necesidad de un cambio en la forma de
entender el gasto público en esta situación de crisis económica. Sin
embargo, la clave está en hacerlo con un rumbo claro. Como decía el
cordobés Séneca, “ningún viento sopla a favor para el que no sabe a que
puerto va”. No sin intención hemos dicho antes que las decisiones del
gobierno son confusas y desorientadas. Con el decreto del 20 de abril de
2012, el ministro de educación, que no olvidemos se ha dedicado la
mayor parte de su vida profesional a realizar encuestas y a participar
en tertulias televisivas, tomó una serie de medidas de carácter
populista que nos hacen correr el riesgo de tirar por la borda todas las
mejoras llevadas a cabo en la universidad en los últimos años. Decimos
medidas populistas porque el señor Wert pretende hacer recaer todos los
recortes en el profesorado universitario, aumentando la carga docente,
reduciendo así la calidad de la educación en un momento tan delicado
como el de la implantación de los nuevos grados. La sociedad, que como
decíamos vive de espaldas a lo que ocurre en la universidad y tiene una
idea equivocada de la profesión docente, parece ver con buenos ojos
estas medidas porque cree que el profesorado universitario trabaja poco o
es poco productivo. Nada más lejos de la realidad. La incorporación de
Bolonia a la universidad ha supuesto un aumento exponencial de la carga
de trabajo del profesorado universitario. Además, los profesores
españoles están ligeramente por encima de la media de la OCDE tanto en
investigación como en docencia, lo cual convierte a nuestros profesores
es profesionales productivos. ¿Por qué no se han estudiado otras
alternativas sobre las que hacer recaer el peso de los recortes?
Mención aparte merecen los recortes que se han establecido en la
política de becas. Si malo es el recorte en el profesorado, peor es
disminuir las posibilidades de acceso a la educación superior de
nuestros jóvenes. Lo que me sorprende es que siendo el señor Wert
sociólogo no haya reparado en una cuestión fundamental: los estudiantes
de clase media-baja suelen sacar, según todos los estudios, notas
inferiores a los estudiantes de clase media o media-alta. Hay mil
factores para esto, quizá estos chicos cuentan con menos libros en sus
casas, sus padres tienen menos nivel de estudios, etc. Sea como fuere,
medidas como la que se han anunciado de restringir el acceso a las becas
generales del ministerio a aquellos que no saquen más de un 6 de media
en sus estudios pueden parecer, a primera vista, como algo positivo que
aumente el esfuerzo de los estudiantes, pero en realidad no es sino una
limitación de las posibilidades de estudio y, por tanto, de ascenso
social, a los jóvenes de las clases más humildes. Me sorprendería que el
ministro no hubiera reparado en esto antes de tomar la decisión.
Así pues, hemos visto que detrás de los recortes que ha establecido el
ministerio no hay sino medidas populistas que perjudican a los
estudiantes, limitan el acceso a la universidad, convierten los estudios
superiores en algo más elitista que antes, se disminuye la calidad
docente, se despide a profesores (especialmente asociados y jóvenes
profesores sustitutos) perdiendo así el valor añadido que aportaban a la
universidad y todo esto se hace sin contar ni con la opinión de la
afectada, la universidad, y sin respetar la autonomía universitaria.
Algo no va bien cuando se toman unas medidas que lo que hacen es
empeorar la situación. En general, la sociedad confía en las decisiones
que toma un gobierno, pero cuando se toman de este modo, sin consenso ni
diálogo, cuando las medidas son tan desastrosas, es cuando no queda más
remedio que tomar partido y, empezando por la labor pedagógica que nos
propusimos al inicio de estas líneas, explicar por qué nos parecen mal
las decisiones que se están tomando. No podemos quedarnos indiferentes,
si no, correremos el riesgo del que advertía Dante, quien decía que “el
lugar más ardiente del infierno está reservado para aquellos quienes, en
tiempo de crisis, mantienen su neutralidad”.
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